La antropóloga y psicóloga Helen Fisher, miembro del centro de estudios del Departamento de Antropología de la Universidad de Rutgers, Nueva York, ha estudiado el amor por cuarenta años y cómo éste afecta en el cerebro. Según la científica, el amor funciona como una adicción, de hecho, activa las mismas áreas del cerebro que la de un fumador o alcohólico, sólo que puede ser positiva cuando estás enamorado y va todo bien o una adicción terrible cuando estás viviendo el desamor.
Según Helen Fisher, en base a sus estudios, el amor posee tres etapas fundamentales: lujuria, amor romántico y amor maduro, seguidas a veces de una cuarta etapa, de desunión, que llevaría al quiebre de la pareja.
Etapa 1. La Lujuria
Al inicio de una relación se siente una fuerte atracción, un fuerte deseo sexual. Es el perfil de persona que encaja en nuestro mapa mental de pareja ideal, un mapa que se ha ido construyendo con los años en nuestra cabeza, también denominado el prototipo de pareja ideal.
En esta etapa, el nivel de algunos neurotransmisores se eleva, especialmente la dopamina y noradrenalina, y el nivel de la serotonina desciende. Resulta que la serotonina es un estabilizador del humor y, además, a esto se suma el descenso de la actividad en el lóbulo frontal del cerebro, que se relaciona con el razonamiento lógico… quizás por eso se dice que el amor es ciego.
Por otro lado, se activan varios mecanismos fisiológicos al encontrar a una persona que nos atrae: el corazón late con más intensidad, en la sangre aumentan los glóbulos rojos, sube la presión arterial y se liberan grasas y azúcares que aumentan la capacidad muscular.
Además, aumenta la producción de adrenalina, testosterona, estrógeno y progesterona. Esto produce no sólo un incremento del deseo sexual, sino también alteraciones en el estado de ánimo, que consisten básicamente en una fantástica sensación de bienestar, de gran optimismo y una tendencia a soñar despiertos.
Etapa 2: Amor Romántico
A medida que pasa el tiempo, otras áreas cerebrales comienzan a activarse superponiéndose a aquellas activas durante el período anterior.
En esta etapa del amor romántico, surge la clásica sensación de “borrachera de amor” donde uno anda “como tontito” por el otro. Se desarrolla un pensamiento fijo en la otra persona. Esto ocurre porque se activa en el cerebro el llamado “circuito del amor”, que incluye al sistema de recompensas y al centro de placer del cerebro, y esto a su vez, corresponde a las partes más antiguas del encéfalo, las que tienen que ver con las conductas de supervivencia: alimentarse, ingerir líquidos, reproducirse, estar protegidos. Por lo tanto, durante el amor romántico, el estar con la pareja se siente como una profunda necesidad vital.
Desde un punto de vista bioquímico, lo que pasa es que, al enamorarse, el cerebro se inunda de un neurotransmisor llamado feniletilamina (y que también está en el chocolate). Esta sustancia provoca la generación de dopamina en nuestro cerebro, cuyo efecto es que la atención se fije en un solo objeto, en este caso, en nuestra pareja. Además, causa falta de sueño, disminución del apetito, dilatación de las pupilas, euforia y otros síntomas comúnmente asociados al sentirnos enamorados. Asimismo, se mantienen elevados los niveles de noradrenalina, que tiene un efecto muy parecido a la dopamina, y además, la serotonina sigue con un nivel bajo, lo que hace que entremos en ciclos de pensamientos repetitivos, reforzando esta obsesión por la otra persona.
Sin embargo, según varios estudios, esto dura sólo de uno a tres años. Si no se es capaz de evolucionar a la etapa siguiente, generalmente la pareja termina separándose. Es por ello que estadísticamente, la mayor parte de los divorcios ocurren alrededor del cuarto año de matrimonio. Además, hay una posibilidad mucho mayor de que esto ocurra entre los 25 y los 29 años. En efecto, alrededor del 75% de los divorcios lo protagonizan personas menores de 40 años. Y mientras más hijos tiene la pareja, más difícil es que ocurra el divorcio. De hecho, cerca del 40% de los divorcios es entre parejas sin hijos. Después de todo, ¡el 80% de quienes se divorcian, se vuelven a casar de nuevo.
Etapa 3. El Amor Maduro
Si la pareja logra superar esa etapa, alcanza la bella fase de la unión o amor maduro.
Aquí ya comienzan a disminuir los niveles de dopamina, por lo que se relaja esa “obsesión”, y las áreas del cerebro afectadas empiezan a cambiar. Ya no se activan tanto las áreas de recompensa del cerebro, sino aquellas relacionadas con la seguridad y la calma.
Los neurotransmisores que empiezan a predominar son la oxitocina y la vasopresina, los que están relacionados y tienen efectos muy parecidos. De ambos, la oxitocina es el más conocido, pues está asociada a los sentimientos de confianza, generosidad y empatía, y que es el mismo producido durante el parto y que se asocia al inmenso vínculo entre madre e hijo. Otro momento en que esta sustancia es producida, es en el orgasmo. Y esa es una de las razones por la que muchas veces, la anorgasmia (o sea, la carencia de orgasmo), puede llevar a que una relación de pareja se desnaturalice y pierda vigor. Y aunque las mujeres segregan más oxitocina que vasopresina, y los hombres todo lo contrario, los efectos en la práctica son similares: se produce una valoración más profunda del otro, hay una unión con el otro desde un punto de vista emocional y la agitación del comienzo, da lugar a una calma y paz profunda, donde el otro se convierte en un punto de apoyo y de descanso. Predomina el apego, la ternura, el afecto profundo. Asimismo, se liberan endorfinas, lo que produce una sensación de tranquila satisfacción, seguridad y bienestar. El amor alcanza, entonces, otro nivel.
Esta etapa dura como mínimo diez años, y luego, lo que ocurre algunas veces es que se reinicia el ciclo. Sin embargo, si no se ha producido esta unión, para el momento que empiezan a descender los niveles de las sustancias que provocan el enamoramiento, entonces la pareja puede que se vea en dificultades pues al desplomarse tanto la lívido, como la obsesión por el otro, no se tendrá donde apoyar la relación, la que se puede volver vacía y rutinaria, sin sentido. Esto lleva a un cuarto período que muchas veces se extiende largamente, y que consiste en un enfriamiento definitivo de la relación, debido a que la pareja ya no posee una motivación profunda que la haga proseguir.